lunes, mayo 17, 2010

Será Justicia

Por Alberto Elizalde Leal
Para El Argentino

"Porque hay y ha habido quien
creyó y cree que, asesinando
personas, asesina también los
pensamientos y los sueños, que
a veces son palabras y a veces
son silencios." *

El 16 de mayo de 1970, un grupo de oficiales y suboficiales del Regimiento 7 de La Plata voló con explosivos sustraídos de los arsenales de su unidad la sede platense de la Asociación Mutual Israelita Argentina, en la calle 4 entre 51 y 53, a una cuadra de la sede del gobierno provincial. El grupo operativo, compuesto por cinco oficiales, dos suboficiales y dos soldados estaba inspirado por la ideología nacionalista y católica pregonada por el teórico Jordan Bruno Genta y el Opus Dei. Creían firmemente, al igual que muchos de sus camaradas de armas y funcionarios del estado dictatorial que encabezaba el General Onganía, que los judíos y los comunistas eran dos caras del mismo monstruo que acechaba a la Argentina.
 Dos semanas después del atentado a la Amia platense, los mismos actores organizaron un atentado contra el Centro de Estudiantes de Ingeniería que fracasó por falla del explosivo. Detenidos y juzgados por un tribunal militar fueron condenados, en diciembre de 1971, a penas menores de prisión que no fueron cumplidas debido al indulto que el presidente Alejandro Agustín Lanusse les concedió días después que se expidiera la corte militar.
 Dos de los cabecillas del grupo terrorista, los ex tenientes Osvaldo el Indio Antinori y Julio Jorge Ianantuoni siguieron un derrotero previsible, partícipes de las bandas de ultraderecha que, con distintos nombres, conformaron la triple A primero y los grupos de tareas durante la dictadura de Videla después, expertos en atentados, secuestros y asesinatos, muchas veces realizados en provecho propio con la estructura, los medios y la impunidad que el Estado terrorista les brindaba.
 Ya en democracia, Ianantuoni y Antinori siguieron con sus andanzas hasta que fueron imputados y están siendo juzgados por delitos de lesa humanidad. Otros de los protagonistas de ese Tribunal Militar de 1971, fiscales y defensores, se vincularon con los carapintadas que se levantaron contra el gobierno de Alfonsín y siguieron su militancia antidemocrática y reivindicativa de los crímenes dictatoriales.
 El hilo histórico que une el atentado contra la institución platense, la actividad de los paramilitares, el terror estatal de 1976, las insurrecciones carapintadas en democracia y la voladura de la Embajada de Israel y la Amia Capital Federal, debería hacerse cada vez más evidente a medida que avanza la investigación, el juzgamiento y la condena de esos crímenes en distintos juzgados del país. Pero también es cierto que –a veces– la mala memoria, el desconocimiento o el silencio cómplice ocultan ese hilo hasta volverlo invisible. Resulta llamativo que muy poca gente en La Plata recuerde la primera Amia, que si bien no produjo víctimas personales, destruyó la sede de una institución que desde el año 1907 promueve el desarrollo de la comunidad judía platense. Más llamativo aún resulta que ni en la propia página Web de la Amia se haga mención al atentado y que en su sede, ni una placa ni una leyenda, recuerde su destrucción y su renacimiento.

"Tal vez por eso temen los de
arriba, porque quien tiene
memoria, en realidad tiene en su futuro una puerta. Somos muchos y muchas los que al buscar la
memoria estamos buscando partes de nuestro rostro. Quien nos pide que olvidemos, nos pide que
sigamos incompletos, usando las prótesis que el Poder oferta."*

El 12 de abril de 2010, a 40 años de su voladura, en la sede platense de la Amia se constituyó el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 para juzgar los delitos cometidos contra detenidos políticos por 11 agentes y tres médicos del Servicio Penitenciario Bonaerense en la Unidad 9 de La Plata, durante los años 1976 a 1978. Como una suerte de revancha histórica, el anfiteatro que en el pasado fue el blanco de un atentado antisemita, simboliza hoy no sólo la determinación del Estado democrático para juzgar los delitos dictatoriales, sino una posibilidad más de aunar experiencias individuales y colectivas como materia prima para la reconstrucción de la memoria social.
Mi memoria, nuestra memoria, no es una simple ráfaga de imágenes o un pantallazo de caras y sensaciones, no es tampoco la incómoda comprobación de que la edad y la distancia borronea hasta lo imposible lo que aparecía antes como imborrable. La memoria es, ante todo, esfuerzo, reflexión, lucha contra el miedo y la angustia, rescate de los detalles, los olores, los sonidos y las emociones. La memoria  es –debería ser– combate contra el olvido, la mentira y la muerte.
Parte de ese combate se libra en estos días en el juicio que lleva adelante el tribunal conformado por Carlos Rozanski, Roberto Falcone y Mario Portela. El proceso se extenderá a lo largo de varios meses y cuenta con el antecedente valioso del Juicio por la Verdad que la Cámara Federal de La Plata realizó en 1998 con la presidencia de Leopoldo Schiffrin y el concurso de los jueces Pacilio y Reboredo. Más tarde –tras la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final–, el tesón de la secretaria Ana Cotter y el fiscal Félix Crous permitió que  comenzaran a sustanciarse las primeras actuaciones del acto procesal en curso.
El juicio comenzó con la acusación del fiscal Hernán Schapiro que fue leída ante la presencia de los acusados, trasladados desde temprano desde la cárcel de Marcos Paz. Allí se encuentran alojados los once agentes penitenciarios gracias a la insistencia de los abogados querellantes que lograron la anulación de la detención domiciliaria que gozaban alguno de ellos.
 En el escenario de la Amia se ubican, como en una tragedia griega, los antagonistas. De un lado, los reos y sus defensores; del otro, los abogados que representan a los querellantes. Al frente, como árbitros inapelables del drama, los jueces y el fiscal. En el centro, solo, con un micrófono, el sillón de los testigos.
En ese sillón nos sentamos quienes testificamos en el juicio. Nos paramos cuando el tribunal nos invita a reconocer a los reos, caminamos dos o tres breves pasos hasta quedar frente a ellos y, venciendo definitivamente cualquier fantasma, cualquier inquietud, cualquier miedo, levantamos la mano, los señalamos con el índice y decimos con voz que suena extrañamente tranquila y pausada: "Ese señor es el Nazi Reybanera, ese señor es el Vietnamita Peratta, ese señor es el cabo Basualdo..." y así con todos los que recordamos. Regresamos al sillón y, de reojo, vemos el relámpago de una sonrisa en la cara de nuestros abogados: ahí están Inti Pérez Aznar, por la Secretaría de DD. HH. de la Nación; Andrés Benencia y Marcelo Ponce Núñez, por la CTA La Plata; Marta Vedio y Oscar Rodríguez por la Apdh La Plata, y Guadalupe Godoy, por Justicia Ya.
Del otro lado, en las filas de los acusados, campean el abatimiento y la resignación. Las miradas huidizas y los hombros encorvados hablan a las claras de su confusión,  del quiebre de su espíritu al verse tras las rejas. Los acusados se sienten derrotados y maldicen su destino  en silencio, solos, aislados de todo, incapaces de pensar, sentir y vivir con el otro, para el otro, incapaces de entender que este combate lo ganamos porque somos todos y somos uno. Como antes, como siempre.

* Del saludo que el comandante
Marcos dirigió a los argentinos
el 24 de marzo de 2010.


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